Carola Mittrany 28/06/2004
30 de junio de 2004 – “Antes su campo de batalla eran las calles y mercados donde peleaban con chimbas contra sus rivales o contra la autoridad; hoy el escenario de guerra se ha trasladado a las cárceles del país”, revela una extensa serie de reportajes del diario hondureño El Heraldo. Según el informativo, adentro están los líderes y afuera están los que hoy sirven camuflados a la violencia organizada, sirviendo de “mulas” a narcos y con armas automáticas en sus manos, proveídas por el crimen organizado.
La policía sabe que paralelamente a la guerra contra las maras va el fenómeno de la mutación. “La ley Antimaras quedará estática y ellos se readecuarán porque desde la ley ya no se tatúan, no rifan el barrio con las señas, no caminan tumbados por el temor al color (a que los identifiquen), ya no se reúnen como antes, ahora las reuniones son en las cárceles”, plantea el jefe de la Unidad de Prevención de Maras, el inspector Florencio Oseguera.
“Están en un proceso de mutación, cambiaron sus estilos y formas. Se conoce el estilo pasado, pero se desconoce lo que ocurre en la actualidad”, admite.
MutaciónTras la aplicación de la Ley Antimaras la policía estimó que los mareros se aliarían con el crimen organizado, lo que recrudecería la violencia. Casi diez meses después de la vigencia de esta reforma penal, la policía confirmó su pronóstico.
Las investigaciones de la policía y de entidades que trabajan con estos jóvenes han detectado que desde la reforma penal las maras se desintegraron y están en un proceso de mutación: algunos grupos quedaron como células del crimen organizado, traficando con drogas internamente, otros pandilleros huyeron hacia Guatemala, México o Estados Unidos.
“Los líderes están presos y los ladrones que se amparaban en las pandillas están en las calles arrebatando relojes o cadenas” observa el diario. Desde las cárceles, donde yacen más de 700 integrantes, los cabecillas lideran la venta y distribución de droga, reconocen las autoridades.
“De los centros penitenciarios salen las órdenes que los de afuera deben cumplir; ‘las güilas’ (órdenes) son llevadas por los visitantes de los reos y los pandilleros de afuera están obligados a obedecer porque si desobedecen pagan con sus vidas” apunta Oseguera.Los cambios que han impulsado para esconderse de la policía son tales que ya no rifan la “pinta”, es decir que evitan hacer muecas con sus manos para identificar la pandilla. Caminan normalmente y ya no menean su cuerpo de un lado hacia otro al transitar por las calles, evitan tatuarse la piel con dibujos que identifiquen a su pandilla y se visten formalmente, agrega el inspector.
Olla de presión
La coordinadora de Xibalba, Itsmania Pineda, que trabaja en recuperar jóvenes involucrados en el mundo de las pandillas advierte que “la cantidad de pandillas ha bajado por la aplicación de la Ley Antimaras, pero por la falta de prevención, rehabilitación y oportunidad para los jóvenes ellas volverán a formarse y estallarán con violencia más grande”.
Pineda teme que las cárceles sean como una olla de presión que en cualquier momento explote en actos violentos de gran magnitud. La masacre en El Porvenir, el año pasado, donde 68 internos murieron y el reciente incendio en San Pedro Sula que cobró la vida de 103 jóvenes comprueban esta advertencia.
Condiciones infrahumanas
Un comunicado del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales advierte que estas medidas represivas “que pretenden resolver la criminalidad mediante capturas masivas, especialmente de jóvenes socialmente marginados y excluidos”, postergan la búsqueda de soluciones integrales que incluyan la prevención social de la delincuencia.
Según el Instituto, las cárceles se mantienen, mayoritariamente, en condiciones infrahumanas, agravadas por la sobrepoblación, falta de servicios básicos y otras condiciones que se convierten en violaciones sistemáticas de los derechos de las personas privadas de libertad.
El comunicado concluye instando al Estado de Honduras suprimir en forma inmediata el denominado plan “cero tolerancia”; diseñar y ejecutar programas integrales para prevenir las actividades violentas de miembros de pandillas, en coordinación con otros organismos de gobierno y de la sociedad civil, incluyendo planes específicos de contención de crímenes cometidos por miembros de pandillas, con pleno respeto a las normas y principios establecidos en las constituciones y en los tratados internacionales de derechos humanos.
De acuerdo a datos del Instituto, actualmente los pandilleros componen el 8 por ciento del total de presos del país y los programas para rehabilitarlos son casi inexistentes.
Fuentes: Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales, Jóvenes Hondureños Adelante – Juntos Avancemos, El Heraldo.
Para saber más:
Incendio cobra la vida de 103 jóvenes en cárcel hondureña
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