febrero , 2012 por Alejandro Pérez
Pocos temas suscitan tanta controversia moral como el de la droga o el de la prostitución.
Fruto de un puritanismo deleznable, las sociedades occidentales se escandalizan y sienten un exagerado recelo cuando se habla de estos temas, considerados tabúes. Estos sentimientos son la expresión de la vergüenza que muchos sienten hacia sus conciudadanos que se ven inmersos en esos mundos, siempre relacionados con la marginalidad (aunque, evidentemente, también existe la prostitución de lujo y las personas pudientes se drogan tanto como las personas pobres), al ciudadano socialmente aceptable, decente, serio, “puro”, integrado, le molesta la presencia de estos “males” que pervierten y “degeneran” al ser humano.
No quiere oír hablar de ello, censura una conversación sobre el complicado asunto y defiende la prohibición, simplemente para intentar ocultar aquello que no desea ver. Este artículo no pretende ser una apología ni de la droga ni de la prostitución, comprendo que muchas personas quieran correr un tupido velo sobre estos temas; no es agradable observar como las drogas han acabado con las vidas de muchas personas, destrozado familias, al igual que la prostitución que alimenta el machismo, la sumisión de la mujer, la desigualdad y la esclavitud (y que tiene un añadido del tabú sexual). Aun así, me gustaría profundizar en estos dos temas desde dos ópticas diferenciadas. Es hora de afrontar de cara estos dos problemas, ser valientes e intentar abstraerse. El negocio de la droga se está llevando por delante miles de vidas inocentes, la prohibición es el caldo de cultivo para el nacimiento de las mafias, el narcotráfico, trata de blancas que subyugan poblaciones enteras en los países pobres. Iremos por partes, la legalización de las dos actividades nos puede aportar muchos beneficios sociales, humanos y económicos.
Primer punto: la legalización de las drogas y de la prostitución (a partir de ahora, trabajo sexual) acabaría, parcialmente, con el narcotráfico y las redes de trata de blancas. Si estas actividades están reguladas, la libre competencias se formalizaría con reglamentos y leyes y contaría con la protección de la policía, en vez de la de los sicarios (bastante más arbitrarios). La producción, al estar regulada, entraría dentro de los marcos de la ley laboral (se evitaría de esta forma la explotación de sus trabajadores). Por otro lado, el Estado se ahorraría una cantidad muy importante de dinero en Interior, pues ya no habría narcotraficantes que cazar con helicópteros y tropas de élite, también se ahorraría mucho dinero en prisiones, pues muchos de los reclusos son pequeños camellos, sicarios, y personas relacionadas con el mundo de las drogas. Además, recaudaría mucho dinero a través de los impuestos sobre estos productos y se crearían nuevos puestos de trabajo. Lo mismo podríamos decir sobre el trabajo sexual, si estuviese regulado, l@s trabajador@s sexuales entrarían en nómina y pagarían IRPF o si fuesen autónomos lo que les corresponda.
Segundo punto: Legalizar el trabajo sexual puede ser de extrema importancia para proteger la integridad física de las personas que lo realizan, así como para evitar la esclavitud en la que se pueden ver inmersas. Es, en este caso, una cuestión de humanidad. Se puede, asimismo, habilitar espacios para que puedan ejercer, lejos de colegios, parques etc. Es necesario que dispongan de los mismos derechos que cualquier otro trabajador (prestación de desempleo, jubilación, baja por maternidad etc etc).
Legalizar las drogas también puede suponer, en la medida que cabe, un mínimo control sobre las sustancias para proteger al consumidor.
Tercer punto: Muchas personas consideran estas actividades inmorales (están en su derecho de considerarlas como tales), a esas personas les pregunto que se ha conseguido con la prohibición y la represión. ¿Acaso se ha extinguido el consumo de drogas o de trabajo sexual? El problema es más de fondo, más profundo. Tapando y escondiendo aquello que te molesta no solucionas el problema. Legalizar puede ser un nuevo reto, una nueva estrategia, para intentar contener los abusos que muchas personas realizan de estas dos actividades.
De hecho, la prohibición agrava los problemas. Como ya he comentado, tenemos el problema del narcotráfico (que asesina miles de personas al año) así como el de la trata de blancas y los proxenetas para el trabajo sexual. Aparte de esto, tenemos un problema de estigmatización social que en ningún caso ayuda a esas personas a salir del agujero en el que pueden haber caído. Al estar prohibidas estas actividades, las personas que las realizan entran en la ilegalidad, y aquellas de bajo estrato social caen inexorablemente en la marginalidad y la exclusión social (mientras que las que tienen medios pueden acabar saliendo, ya sea mediante costosos tratamientos de desintoxicación o mediante apoyo familiar).
Estos temas siempre están abiertos a debate.
Existe un fuerte componente ideológico a la hora de abordar asuntos tan controvertidos. Muchos ciudadanos no quieren ser cómplices de actividades que consideran desde cualquier punto de vista despreciables. Habría que intentar ayudarles a ser un poco más tolerantes y humanos, humanos en el sentido de que a lo mejor sus ideas defienden el establecimiento de una mejor humanidad pero no se dan cuenta del daño que pueden estar haciendo a muchas personas. Los consumidores de drogas suelen ser vistos como antisociales, habría que decirles que la mayoría de nosotros consumimos muchísimas drogas, desde el café de la mañana hasta la cerveza o la copa de la noche pasando por las pastillas para el dolor de cabeza, la cocacola, el tabaco y mil y una sustancias más. Por otro lado, hay que respetar la libertad de las personas, si una persona es adulta ya sabe lo que hace e intentar estar al lado y ayudar al que quiera salir de alguna adicción.
No podemos ser tan proteccionistas en temas absolutamente personales (como si se debe de ser en los sociales y colectivos, en este punto alguno podría argumentar que el problema de la droga es un problema social, parte de eso sería resuelto con la legalización). El tema del trabajo sexual tiene fácil respuesta, el problema suele estar en casa (problemas de relaciones sexuales no satisfechas, en cuyo caso el problema es más sensible) o en la ausencia de relaciones sexuales (en cuyo caso no es condenable que alguien, a lo mejor con algún tipo de problema físico o de tiempo para encontrar pareja, sea temporal o estable, quiera hacer lo mismo que tú con tu novi@, tu mujer, tu marido o con alguna chic@ esporádic@, siempre será mejor que la violación).
Sinceramente opino que la legalización puede ayudarnos a ser más humanos, más tolerantes y puede acabar con la lacra de las mafias, el narcotráfico además de ayudar económicamente a los estados y a la sociedad. El problema está en la demanda de esas actividades, existe y por el momento no parece que vaya a decaer. Entiendo el problema de las trabajadoras sexuales desde una óptica feminista (esclavitud de la mujer, cuerpo que se vende) pero si no se regula es bastante peor, pues no disponen de ninguna protección más allá del “chulo de putas” de turno y están todavía más esclavizadas por culpa de las mafias
. En este sentido, ninguna mujer debería sentirse obligada a recurrir al trabajo sexual, pero éste es otro problema, es un problema de miseria, pobreza, un problema sistémico que la prohibición de la misma no resuelve (habría que entrar en otro tema, la abolición del capitalismo) y concienciar, la mujer debe emanciparse y seguir liberándose de la opresión de esta sociedad falocéntrica.
Fruto de un puritanismo deleznable, las sociedades occidentales se escandalizan y sienten un exagerado recelo cuando se habla de estos temas, considerados tabúes. Estos sentimientos son la expresión de la vergüenza que muchos sienten hacia sus conciudadanos que se ven inmersos en esos mundos, siempre relacionados con la marginalidad (aunque, evidentemente, también existe la prostitución de lujo y las personas pudientes se drogan tanto como las personas pobres), al ciudadano socialmente aceptable, decente, serio, “puro”, integrado, le molesta la presencia de estos “males” que pervierten y “degeneran” al ser humano.
No quiere oír hablar de ello, censura una conversación sobre el complicado asunto y defiende la prohibición, simplemente para intentar ocultar aquello que no desea ver. Este artículo no pretende ser una apología ni de la droga ni de la prostitución, comprendo que muchas personas quieran correr un tupido velo sobre estos temas; no es agradable observar como las drogas han acabado con las vidas de muchas personas, destrozado familias, al igual que la prostitución que alimenta el machismo, la sumisión de la mujer, la desigualdad y la esclavitud (y que tiene un añadido del tabú sexual). Aun así, me gustaría profundizar en estos dos temas desde dos ópticas diferenciadas. Es hora de afrontar de cara estos dos problemas, ser valientes e intentar abstraerse. El negocio de la droga se está llevando por delante miles de vidas inocentes, la prohibición es el caldo de cultivo para el nacimiento de las mafias, el narcotráfico, trata de blancas que subyugan poblaciones enteras en los países pobres. Iremos por partes, la legalización de las dos actividades nos puede aportar muchos beneficios sociales, humanos y económicos.
Primer punto: la legalización de las drogas y de la prostitución (a partir de ahora, trabajo sexual) acabaría, parcialmente, con el narcotráfico y las redes de trata de blancas. Si estas actividades están reguladas, la libre competencias se formalizaría con reglamentos y leyes y contaría con la protección de la policía, en vez de la de los sicarios (bastante más arbitrarios). La producción, al estar regulada, entraría dentro de los marcos de la ley laboral (se evitaría de esta forma la explotación de sus trabajadores). Por otro lado, el Estado se ahorraría una cantidad muy importante de dinero en Interior, pues ya no habría narcotraficantes que cazar con helicópteros y tropas de élite, también se ahorraría mucho dinero en prisiones, pues muchos de los reclusos son pequeños camellos, sicarios, y personas relacionadas con el mundo de las drogas. Además, recaudaría mucho dinero a través de los impuestos sobre estos productos y se crearían nuevos puestos de trabajo. Lo mismo podríamos decir sobre el trabajo sexual, si estuviese regulado, l@s trabajador@s sexuales entrarían en nómina y pagarían IRPF o si fuesen autónomos lo que les corresponda.
Segundo punto: Legalizar el trabajo sexual puede ser de extrema importancia para proteger la integridad física de las personas que lo realizan, así como para evitar la esclavitud en la que se pueden ver inmersas. Es, en este caso, una cuestión de humanidad. Se puede, asimismo, habilitar espacios para que puedan ejercer, lejos de colegios, parques etc. Es necesario que dispongan de los mismos derechos que cualquier otro trabajador (prestación de desempleo, jubilación, baja por maternidad etc etc).
Legalizar las drogas también puede suponer, en la medida que cabe, un mínimo control sobre las sustancias para proteger al consumidor.
Tercer punto: Muchas personas consideran estas actividades inmorales (están en su derecho de considerarlas como tales), a esas personas les pregunto que se ha conseguido con la prohibición y la represión. ¿Acaso se ha extinguido el consumo de drogas o de trabajo sexual? El problema es más de fondo, más profundo. Tapando y escondiendo aquello que te molesta no solucionas el problema. Legalizar puede ser un nuevo reto, una nueva estrategia, para intentar contener los abusos que muchas personas realizan de estas dos actividades.
De hecho, la prohibición agrava los problemas. Como ya he comentado, tenemos el problema del narcotráfico (que asesina miles de personas al año) así como el de la trata de blancas y los proxenetas para el trabajo sexual. Aparte de esto, tenemos un problema de estigmatización social que en ningún caso ayuda a esas personas a salir del agujero en el que pueden haber caído. Al estar prohibidas estas actividades, las personas que las realizan entran en la ilegalidad, y aquellas de bajo estrato social caen inexorablemente en la marginalidad y la exclusión social (mientras que las que tienen medios pueden acabar saliendo, ya sea mediante costosos tratamientos de desintoxicación o mediante apoyo familiar).
Estos temas siempre están abiertos a debate.
Existe un fuerte componente ideológico a la hora de abordar asuntos tan controvertidos. Muchos ciudadanos no quieren ser cómplices de actividades que consideran desde cualquier punto de vista despreciables. Habría que intentar ayudarles a ser un poco más tolerantes y humanos, humanos en el sentido de que a lo mejor sus ideas defienden el establecimiento de una mejor humanidad pero no se dan cuenta del daño que pueden estar haciendo a muchas personas. Los consumidores de drogas suelen ser vistos como antisociales, habría que decirles que la mayoría de nosotros consumimos muchísimas drogas, desde el café de la mañana hasta la cerveza o la copa de la noche pasando por las pastillas para el dolor de cabeza, la cocacola, el tabaco y mil y una sustancias más. Por otro lado, hay que respetar la libertad de las personas, si una persona es adulta ya sabe lo que hace e intentar estar al lado y ayudar al que quiera salir de alguna adicción.
No podemos ser tan proteccionistas en temas absolutamente personales (como si se debe de ser en los sociales y colectivos, en este punto alguno podría argumentar que el problema de la droga es un problema social, parte de eso sería resuelto con la legalización). El tema del trabajo sexual tiene fácil respuesta, el problema suele estar en casa (problemas de relaciones sexuales no satisfechas, en cuyo caso el problema es más sensible) o en la ausencia de relaciones sexuales (en cuyo caso no es condenable que alguien, a lo mejor con algún tipo de problema físico o de tiempo para encontrar pareja, sea temporal o estable, quiera hacer lo mismo que tú con tu novi@, tu mujer, tu marido o con alguna chic@ esporádic@, siempre será mejor que la violación).
Sinceramente opino que la legalización puede ayudarnos a ser más humanos, más tolerantes y puede acabar con la lacra de las mafias, el narcotráfico además de ayudar económicamente a los estados y a la sociedad. El problema está en la demanda de esas actividades, existe y por el momento no parece que vaya a decaer. Entiendo el problema de las trabajadoras sexuales desde una óptica feminista (esclavitud de la mujer, cuerpo que se vende) pero si no se regula es bastante peor, pues no disponen de ninguna protección más allá del “chulo de putas” de turno y están todavía más esclavizadas por culpa de las mafias
. En este sentido, ninguna mujer debería sentirse obligada a recurrir al trabajo sexual, pero éste es otro problema, es un problema de miseria, pobreza, un problema sistémico que la prohibición de la misma no resuelve (habría que entrar en otro tema, la abolición del capitalismo) y concienciar, la mujer debe emanciparse y seguir liberándose de la opresión de esta sociedad falocéntrica.
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